… Me decanté por una zona donde hablaran mi lengua, la región de El Quiché (Guatemala). Lo único que sabía es que acababa de salir de una dictadura: que en 1954 habían desalojado del poder al “terrible dictador” Jacobo Arbenz”.
Tardaría un tiempo en averiguar que esa “terrible dictadura” era, en realidad, el único periodo democrático y, relativamente, tranquilo que había vivido Guatemala en toda su historia. A nosotros, inocentes curitas del franquismo, nos contaban que Arbenz fue derrocado por los “defensores del orden y la religión”.
La realidad saldría pronto al paso del joven misionero, que iba de sorpresa en sorpresa. Para empezar, la lengua. Enseguida advirtió que la mayoría de la gente apenas sabía hablar español, a la vez que lo mezclaban con una veintena de lenguas distintas. El segundo descubrimiento fue la pobreza. Sabía que la mayor parte del trabajo de la gente era rural, pero nadie le había dicho en qué miseria espantosa transcurría su existencia. Tardaría unos meses en conocerla de cerca.
En una de sus incursiones fuera de los aledaños de la parroquia, tuvo la alegría de saludar a su compañero de seminario Carlos Martín que trabajaba en la parroquia de Santa Cruz, amigo y maestro después, a quien con un viejo jeep acompañó a visitar algunos lugares “perdidos” de los alrededores.
Fabián era su intérprete, de la misma edad que Luís, tejedor, casado y con cinco hijos; moreno, menudo y fibroso. Tenía una mandíbula prominente, expresión de autoridad, y unas ideas tan claras que parecía mayor de lo que era. Su primer amigo maya y compañero inseparable después, hasta el día en que lo mataron los soldados…